20 jun 2008

Disputa en el Ártico

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El Océano Glaciar Ártico, que veis en el mapa batimétrico, es el más pequeño de los océanos (14.100.000 km2) y además muy cerrado, sus límites están perfectamente definidos. En estos tiempos está de moda; el casquete de hielo polar que lo cubre, con un espesor de unos tres o cuatro metros, está en trance de desaparición: según estimaciones pueden haber desaparecido ya unos cuatro mil millones de toneladas de hielo; quizás lo esté haciendo a una velocidad de un 8% anual. El calentamiento del planeta, cualesquiera que sean las causas, hará que en una generación podamos navegar en verano por el mismísimo polo norte sin que nos estorben los hielos: la banquisa habrá desaparecido por lo menos en los meses estivales, como ocurre en el Antártico, sólo que allí está bordeando a una tierra continental.

Triste panorama que produce zozobra en cualquier espíritu sensible. Pero hay por ahí un cruel refrán que dice: no hay mal que por bien no venga. Más que lamentaciones por la catástrofe lo que se oye es el griterío de los que esperan sacar provecho de la nueva situación, ya que al retirarse los hielos dejan al descubierto un tesoro. Los países limítrofes han comenzado a disputar por la propiedad de los fondos marinos que parecen encerrar ingentes cantidades de hidrocarburos y minerales y por el control de las posibles rutas que quedarán expeditas inmediatamente y que tendrán un valor económico y estratégico incalculable.

La voz de alarma saltó cuando Rusia colocó una bandera de titanio, para evitar la corrosión marina, a 4.000 m de profundidad, en una expedición en la que se valió de batiscafos con los que extraía muestras del fondo marino que demostraran que era prolongación de la plataforma continental siberiana. La cuestión es que el derecho marítimo vigente reconoce la propiedad de los fondos hasta doscientas millas de la costa para la explotación económica, pero mucho más si se trata de la plataforma continental (Convención de la ONU sobre Derecho del Mar de 1982, que, por cierto, USA no ha ratificado aún).

La cuestión de las rutas no es menos conflictiva. Existen dos posibles: la del NO (en amarillo en el mapa) quedó practicable por primera vez en la historia en el verano pasado. El Canadá pretende su control, para lo que está construyendo un puerto y base militar en la isla de Baffin, a lo que se opone EE.UU. La ruta del NE todavía requiere el uso de rompehielos en algún tramo, como se ve en el mapa, y en su casi totalidad discurre por aguas rusas.

Existen otros muchos litigios de límites entre los países ribereños, que hasta ahora no han tenido trascendencia pero que a partir de este momento se pueden convertir en muy importantes. El mes pasado se reunieron en conferencia, aunque con la ausencia protestada de Suecia, Finlandia e Islandia, en Ilulissat, Groenlandia, sin que al parecer hayan llegado a mayor acuerdo que el de postergar las soluciones hasta la conferencia de la ONU sobre el tema, prevista para 2020. Ni que decir tiene que otros de los insatisfechos son los grupos ecologistas y las asociaciones de aborígenes.

No deja de ser irónico que la pérdida de los hielos, seguramente por los excesos en la combustión de petróleo, de lugar a una mayor extracción y a la apertura de nuevas rutas que incrementarán su consumo.

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