1 dic 2008

Guillermo de Okham

· Las épocas de crisis –en el sentido de mutación de los procesos históricos– son fértiles en personalidades excepcionales o, al menos, los que poseen rasgos de genialidad, tienen mayores oportunidades de que brille su genio. Es el caso del S.XIII-XIV y Guillermo de Ockham, uno de los sabios responsables del advenimiento de la modernidad.

Umberto Eco lo retrata en el protagonista de El nombre de la Rosa, Guillermo de Baskerville, con una multitud de sus rasgos biográficos e intelectuales, presentándolo como un fraile franciscano que acude a un monasterio de los Alpes, llamado por el Papa para discutir una acusación de herejía que recaía sobre un sector de franciscanos. Envuelto en una sucesión de crímenes y en el debate teológico , el protagonista actúa como lo hiciera Ockham, haciendo gala de un método científico y una concepción del mundo modernos, pero chocantes para sus contemporáneos.

En efecto, el movimiento franciscano trajo una auténtica revolución a la Iglesia y, por tanto, a la intelectualidad medieval. Francisco de Asís y sus seguidores pusieron de nuevo en valor a la naturaleza, en contra del habitual desprecio que desde hacía siglos sufría por parte del pensamiento religioso oficial, que la asimilaba a lo demoniaco y al pecado –los frailes, al contrario que los monjes, buscaban vivir en el mundo, no apartarse de él–. Podemos considerar esta aproximación a la realidad como una metáfora de la formación del pensamiento de Ockham. La especulación metafísica que desde Platón y Aristóteles hasta Sto. Tomás se centra en los universales es rechazada por el fraile franciscano que los reduce a una cuestión de lenguaje y considera que lo único real es lo individual y concreto, y de su observación y análisis nacen la filosofía y la ciencia, que se liberan así de la metafísica y de la teología, negadas por Guillermo. De ello se desprende que el intento tomista de casar fe y razón –vías para demostrar la existencia de Dios mediante la razón– es inútil; sólo con la fe se puede alcanzar el conocimiento divino.

Pero sólo con la observación se alcanza el conocimiento del mundo natural, de ahí la importancia del método. Su aportación a la epistemología científica es la formulación del principio de preferencia de lo más sencillo sobre lo más complejo, tal y como se comporta la naturaleza. Método cargado de consecuencias, que conocemos como la navaja de Ockham, sistemáticamente utilizado, junto con la inducción, por la ciencia contemporánea, desde la economía a las matemáticas.

Derivación de su pensamiento filosófico y de sus avatares biográficos –investigado por la inquisición acusó a su vez al papa Juan XXII de herejía y se vio obligado a buscar la protección del emperador en Alemania, aprovechando la confrontación Papado-Imperio– es su pensamiento político que reclama la separación de lo espiritual y lo temporal, el Papa y el Emperador, la Iglesia y el Estado.

Empirismo, agnosticismo y secularización son los tres rasgos esenciales del pensamiento de Ockham, que pasan con fluidez al pensamiento humanista del Renacimiento y de los que alardeamos en la actualidad como grandes conquistas del mundo contemporáneo.

En una síntesis tan apretada es difícil exponer pensamientos y procesos complejos sin alterarlos quizás en exceso, pero espero haber expuesto con suficiente fidelidad y claridad el carácter moderno de este pensador nacido nada menos que en el siglo XIII. Umberto Eco no resistió su fascinación y lo convirtió en héroe de su relato; el éxito de la novela y después de la película, que protagonizo Sean Conery, es un reconocimiento de la actualidad de su pensamiento y de su actitud vital.

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