26 jul 2008

Kepler


La lucha por el conocimiento, el desarrollo de la ciencia, es un caminar épico que emociona. Cuenta con sus héroes, a veces ensalzados, otras sacrificados, pero siempre debatiéndose en las contradicciones propias de su tiempo y de su cultura, como ocurre con todos los seres humanos. Los enemigos son siempre los prejuicios heredados, las opiniones dominantes en el momento, las teorías establecidas que se consideran definitivas, la superstición. Enemigos que están fuera, en el mundo que rodea al pensador, pero también dentro de él, convirtiendo a veces la lucha en un debatirse con la propia conciencia.

Uno de los episodios que llaman mi atención con mayor intensidad en la historia del pensamiento científico es la formulación de las leyes que rigen el movimiento de los astros por Kepler[1]. Puede parecer a primera vista importante para la astronomía, pero no un hito de la ciencia; sin embargo no es así, marca uno de los momentos decisivos en que la observación empírica se despega y se impone sobre la simple especulación racional heredera de Platón –que, dicho sea entre paréntesis, ha sido uno de los más serios obstáculos para el avance científico y un gran retroceso sobre la filosofía de la naturaleza que se había iniciado en la Grecia antigua– y, por supuesto, de las conclusiones derivadas de las Sagradas Escrituras, es decir, la superstición y el mito.

Contemporáneo de Galileo, Kepler pudo trabajar con mayor libertad en territorio de la Reforma sin verse, como aquel, compelido a renunciar a sus experimentos y observaciones o a renegar de sus descubrimientos. Asumió la teoría heliocéntrica que había formulado Copérnico[2] un siglo antes y trabajó con denuedo intentando encontrar las leyes que rigen el movimiento de los planetas en torno al Sol.

Trabajando como matemático en Graz e imbuido de las ideas platónicas y de sus creencias religiosas trató de conciliarlas con sus observaciones directas a fin de completar el sistema copernicano. Por una parte compartía la idea mística de la perfección de los poliedros regulares (sólidos platónicos o pitagóricos)[3]; por otra, la fe en que la presencia y perfección de Dios habría de manifestarse en la armonía geométrica del Universo. En su primera obra, Misterium Cosmographicum (1597) expuso la idea, de inspiración platónica, según la cual las órbitas de los planetas encajaban en las formas de los poliedros regulares, lo cual no podía ser obra del azar, sino manifestación de la perfección divina, la obra de un Dios geómetra. Llegó a construir una especie de caja china con los sólidos perfectos que contenían las órbitas planetarias (2ª imagen): una esfera que contiene a la órbita de Mercurio encajaba dentro de un octaedro, éste dentro de la superficie esférica que contiene a la órbita de Venus, ésta dentro de un icosaedro y así hasta el cubo dentro de la superficie esférica que contiene a la órbita de Saturno; en el centro, el Sol, metáfora de Dios.

Simultáneamente dedicaba todo su tiempo a los cálculos mediante la observación; sin embargo sus datos, obtenidos del cuidadoso examen del movimiento aparente de los planetas no encajaban con las esferas, que debían ser sus órbitas, y los sólidos perfectos. Es entonces cuando marcha a Praga llamado por Tycho Brahe, que cuenta con datos mejores que los suyos. Cuando por fin pudo contar con toda la información necesaria (a la muerte de T. Brahe), después de muchos años de haber comenzado su trabajo, llegó a la conclusión de que las órbitas planetarias no eran circulares. Su idea primitiva se derrumbó; pero aceptó la realidad que le dictaba la observación directa y acabó describiendo las órbitas elípticas, la situación del Sol en uno de los focos de la elipse y formulando las tres leyes que le valieron un puesto en la ciencia astronómica.

Platón, Aristóteles, Pitágoras, despreciaron la observación directa; la experimentación requería de la actividad manual, siempre despreciada en un mundo esclavista; por otra parte, nunca la habrían tenido en cuenta si sus resultados hubieran contradicho las perfectas arquitecturas de su pensamiento, que, según creían, estaba construido con principios más elevados. La Iglesia, por acciones similares a las de Kepler, empujó a Galileo al borde de la hoguera y le obligó a retractarse de sus conclusiones, negándose a aceptar la evidencia que podía contradecir aquello que se deducía del mito sagrado. Kepler había construido su teoría impulsado por las mismas creencias, pero supo dar paso finalmente a los resultados de la experimentación marcando un hito en la construcción de la ciencia y el pensamiento modernos.




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[1] Johannes Kepler. 1571- 1630
[2] Nicolás Copérnico 1473- 1543. En realidad quien primeramente formuló la teoría de que la Tierra giraba en torno al sol había sido Aristarco de Samos en el S. III a. de C., obse rvación que cayó en el olvido durante siglos, como otros tantos hallazgos de la ciencia antigua, barridos primero por el idealismo y el racionalismo especulativos y después por la superstición religiosa.
[3] Los sólidos perfectos o platónicos son los únicos cinco poliedros cuyas caras son polígonos regulares: tetraedro, cubo, octaedro, dodecaedro e icosaedro.

20 jul 2008

La hipótesis Gaia

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… eso significa que Gaia es una especie de conciencia colectiva -dijo Pelorat.
Trevize asintió.
- Ya lo había deducido... En ese caso, Bliss, ¿quién gobierna este mundo?
- Se gobierna a sí mismo. Esos árboles crecen espontáneamente. Sólo se multiplican hasta el punto necesario para sustituir a aquellos que han muerto. Los seres humanos recogen las manzanas que necesitan; otros animales, incluidos los insectos, comen su parte... y sólo su parte. [...] Llueve cuando es necesario y a veces llueve copiosamente cuando es necesario, y a veces hay un largo período de sequía, cuando es necesario. [...]
En su propio cuerpo, ¿no saben las distintas células lo que deben hacer?
[…]
- ¡Pero esto es fantástico! Está diciendo que el planeta es un superorganismo y que usted es una célula de ese superorganismo.
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ISAAC ASIMOV: "Los límites de la Fundación"
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En 1965 la NASA encargó al científico James Lovelock un estudio sobre las posibilidades de vida en Marte. De la observación del planeta vecino y de la Tierra, hogar de la vida, nació en la mente de Lovelock[*] una idea que desarrollaría después en forma de una teoría científica que vio la luz en 1969 con el nombre de teoría o hipótesis Gaia, por la diosa griega Gea o Gaia, y que, como vemos, Asimov utilizó en el último volumen de su tetralogía La Fundación.

La hipótesis plantea que la atmósfera y la capa superficial de la Tierra, la biosfera, se comporta como un organismo capaz de crear y mantener en el Planeta las condiciones adecuadas para su existencia; así que, frente al pensamiento tradicional de que la vida necesitó unas condiciones medioambientales muy estrictas para su nacimiento y proliferación, asegura que ésta fomenta por sí misma las condiciones que le son favorables, su propio habitat. y es capaz de mantenerlas incluso en circunstancias muy adversas. No concibe la naturaleza como algo estático a lo que las criaturas se van adaptando por un proceso de evolución (Darwin), sino algo dinámico que la vida va creando y cambiando en su beneficio; aunque eso no significa que rechace el darwinismo.

Lovelock se detiene en tres elementos en los que basa su hipótesis: la temperatura de la Tierra, la composición química de la atmósfera y la salinidad de los mares. Asegura que la radiación solar era mucho más débil que ahora en los comienzos de la vida (un 30% menos) lo que hubiera mantenido a la tierra en estado de congelación, sin embargo la temperatura se ha sostenido en un rango de valores bastante estrecho que ha permitido la vida, para ello seguramente se valió de una capa de dióxido de carbono y amoniaco que arroparon a la Tierra justo lo que necesitaba. Cuando fue aumentando la radiación la proliferación de organismos “devoradores” de amoniaco y dióxido de carbono permitieron mantener las temperaturas en valores aceptables. La composición química de la atmósfera es una rareza en el sistema solar y según Lovelock no es esa circunstancia la que permite la vida sino que es la vida la que la ha creado y la mantiene en su beneficio: elevadas proporciones de nitrógeno y oxígeno y muy escasas de dióxido de carbono. La vida actúa manipulando diariamente la atmósfera para mantenerla en su estado ideal. La acidez, por los procesos de oxidación que se generan, debería ser mucho más elevada de lo que es, sin embargo se mantiene en un Ph neutro (Ph8) porque los seres vivos con sus metabolismos generan enormes cantidades de amoniaco, sustancia muy alcalina, que neutraliza la acidez. Algo parecido ocurre con la salinidad de los mares, que se mantiene en valores que permiten la vida en ellos a pesar de que los ríos arrastran sales de los continentes que depositan diariamente en los mares, lo que debería haber hecho aumentar la salinidad hasta cantidades insoportables.

Otros investigadores han criticado con dureza esta hipótesis por considerarla pseudocientífica, imposible de comprobar empíricamente y teleológica. En realidad contiene un matiz místico, si no se interpreta metafóricamente, que la invalida científicamente; pero sin duda resulta atractiva y podría tener valor si se expresa como una relación dialéctica entre la naturaleza inerte y la vida que explicaría el equilibrio sostenido más allá de lo que parece razonable si se tienen en cuenta a ambos por separado.

Recientemente Lovelock ha profetizado una catastrofe ecológica por el daño que están sufriendo las partes más sensibles de Gaia que son claves, según su construcción teórica, para el mantenimiento del equilibrio necesario: las plataformas continentales, que con sus cálidas aguas permiten la proliferación de algas, y las selvas tropicales, ambas fundamentales para sostener respectivamente la temperatura del Planeta y la adecuada composición de la atmosfera. Como complemento necesario proclama la necesidad de recurrir a la energía nuclear –considera poco realista el recurso a las energías renobables– y el abandono de los combustibles fósiles, lo que ha producido escándalo en medios ecologistas que en otro tiempo lo tuvieron por un apostol.
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Un artículo interesante sobre la teoría se puede encontrar en la siguiente dirección:
http://www.espinoso.org/biblioteca/HipotesisGaia.htm
Para encontrar argumentos en contra, esta otra dirección:
http://biocab.org/Teoria_Gaia.html
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[*] Lovelock trabajó en el diseño de instrumentos para detectar vida en Marte que llevó la nave Viking; ideó un método para identificar los clorofluorocarbonados (CFCs) en la atmósfera, responsables de la destrucción del ozono; inventó el microondas.

15 jul 2008

Los efectos de la globalización

La humanidad ha progresado a saltos: largos periodos de lento avanzar se ven de pronto agitados en un torbellino de cambios que acaban desembocando en un mundo nuevo, que volverá a caminar con lentitud hasta que otro paroxismo ponga de nuevo todo patas arriba. Visto con perspectiva detectamos fácilmente el progreso como balance final; en el conjunto de su evolución el hombre no ha hecho sino avanzar, aunque siempre queda el regusto amargo de tiempos mejores perdidos. Este sentimiento ha generado el mito de la Edad de Oro en el mundo clásico, o el del Paraíso Terrenal en la mitología judeo-cristiana. Es la añoranza por un pasado que se nos antoja ingenuo y auténtico, mas humano que nuestro tiempo. Al nivel de la experiencia individual nadie lo expresó con más sobriedad y arte que Jorge Manrique:
...
Como, a nuestro paresçer,
cualquiere tiempo passado
fue mejor.

Si tuviéramos que resumir en un párrafo la historia de la humanidad tendríamos que hacerlo reseñando dos o tres momentos claves que han producido cambios trascendentales en el vivir del hombre, a saber: el control del fuego, hace unos quinientos mil años; la domesticación de las plantas y animales, hace unos diez mil; la revolución industrial, hace tan sólo doscientos. Probablemente en un futuro escolar estudiaremos en el S.XXI otro hito clave: la globalización. Llama la atención la forma en que se aceleran los cambios, fenómeno que se debe a dos razones: que el progreso es acumulativo y que la proximidad de los hechos recientes puede hacernos creer que episodios que forman parte de un mismo fenómeno son independientes.

Nadie puede poner en duda que a la larga tales acontecimientos han supuesto un avance progresivo: se percibe en el crecimiento de la población mundial que debió multiplicarse por cien con la implantación de la agricultura –a lo largo de unos cuantos milenios– y después de nuevo por diez en tan sólo dos siglos con la revolución industrial. Si la población pudo pasar de 5 millones a 500 por el descubrimiento de la agricultura, y de 500 a 6,000 por causa de la industria, es que ambos fenómenos pusieron en manos del hombre nuevas e inmensas posibilidades.

La cosa cambia cuando analizamos el fenómeno de cerca. Es dudoso que el paso del nomadismo a la sedentarización, que trajo la agricultura, supusiera en principio grandes ventajas. De hecho con ella aparece por primera vez el trabajo, con el sentido que tiene hoy, la acumulación y, por tanto, la riqueza y la pobreza, la esclavitud, las castas sacerdotal y militar, que se apropiaron los excedentes y oprimieron y explotaron a la mayoría, valiéndose de los instrumentos que les proporcionaba el Estado, recién creado. A la larga el incremento de productividad permitió una población más numerosa pero el grado de felicidad de las gentes debió reducirse, de ahí el nacimiento de los mitos de que hablaba antes: Adán y Eva y la expulsión del paraíso o la caja de Pandora, ambos referidos al comienzo de la agricultura.

Con la revolución industrial ocurrió otro tanto. El balance final obtenido con el estudio de indicadores económicos o sociales: productividad del trabajo, producto bruto, consumo de energía, esperanza de vida, mortalidad, etc., etc., no deja lugar a dudas sobre lo positivo del cambio. Sin embargo, los que vivieron el proceso en la Inglaterra del XVIII pasaron de la vida en el campo a amontonarse en barrios infectos de las ciudades hongo; de la familia patriarcal a la descomposición familiar por la insuficiencia de espacio y el trabajo inhumano de mujeres y niños en las fábricas; del trabajo regulado por las estaciones y los fenómenos naturales a las jornadas de 14 y 16 horas al ritmo de las máquinas en talleres insalubres, oscuros y sin ventilación. Las nuevas condiciones de trabajo redujeron a un considerable número de campesinos y artesanos a proletarios y a muchos de ellos a lumpen. Los primeros tiempos de la revolución, hasta el surgimiento de los sindicatos y el movimiento obrero, fueron duros y sin duda no supusieron una mejora en el bienestar de sus protagonistas.

Con la globalización repetimos el esquema. Las perspectivas parecen excelentes, nada más deseable que un mundo sin fronteras, un solo hogar para toda la humanidad. Pero ¿cuáles han sido las primeras manifestaciones? Desplazamientos de millones de personas con las lacras de la marginación, el desarraigo y la explotación; la subida del precio de los productos agrícolas que amenazan con el hambre a legiones de pobres, porque han pasado de producirse para mercados locales a producirse para la exportación en un mercado global, cayendo en manos de multinacionales desde la producción a la distribución; destrucción de las economías locales por la intromisión del capital monopolista en busca de suelos, recursos y mano de obra indefensa; dislocación de la cohesión social en las poblaciones sometidas a la aculturación que genera el dominio universal de los medios de comunicación en manos también del gran capital.

La diferencia respecto a los momentos anteriores es que ahora tenemos una mayor capacidad para analizar lo que ocurre y para difundirlo. Otra cosa es que sepamos o queramos ponerle remedio.

9 jul 2008

Sobre la felicidad

Una de las cosas que distingue a los humanos de cualquier otro ser viviente es que nosotros buscamos la felicidad, ellos sólo la satisfacción de sus necesidades. No sabemos en qué momento del proceso de hominización se produjo el cambio, pero es una constante desde que tenemos memoria histórica. Sin embargo, el concepto de felicidad y los posibles medios para alcanzarla así como la fe en lograrlo no siempre, ni en todas las culturas, han sido los mismos.

Durante siglos ha imperado en Occidente la idea cristiana de que la felicidad no se encuentra en este mundo, sino en una vida futura. Nuestro mundo material, el que vivimos, no es sino un “valle de lágrimas”, tránsito necesario para alcanzar la felicidad en la contemplación de Dios, en la otra vida. Incluso se ha exaltado el sufrimiento, o la resignación ante él, como mérito para conseguir el premio final. Una idea que por cierto venía muy bien a las clases dominantes para mantener tranquilas a las masas explotadas (¡lo que son las casualidades!). Todavía hoy, aunque sea a modo de chiste, nos preguntamos si no será pecado cuando lo pasamos bien.

La Ilustración, digna heredera del Humanismo renacentista, rompió con esta tradición: colocó al hombre en el centro de su universo ideológico, desplazando a Dios, y proclamó que la consecución de la felicidad era el objetivo básico del ser humano; los gobiernos (monarcas ilustrados) tenían el deber de poner los medios para que se consiguiera, como es propio del paternalismo de una revolución desde arriba; el conocimiento en general y el cultivo y difusión de las “ciencias útiles” para el pueblo serían los instrumentos a usar. Pero el conocimiento y el uso de la razón sólo ha aumentado nuestro bienestar material, la felicidad nos sigue pareciendo un estado tan inalcanzable como siempre.

Aunque no soy experto en la materia, tengo entendido que en algunas culturas orientales la felicidad se identifica con el estado que se conseguiría renunciando a algunos de los aspectos que mejor nos definen como seres humanos: al nirvana se llega mediante el abandono de los deseos y la extinción de la conciencia de individuo. En otras palabras, el precio que habría que pagar sería nada menos que nuestra propia condición de humanos. No es muy distinto de lo que ofrece el cristianismo: en ambos casos se trata de una solución mística que implica la extinción del individuo antes o después de la muerte física.

Somos en la actualidad herederos directos de la Ilustración y podemos sentirnos satisfechos de haber reducido la felicidad a una escala humana, por mucho que no nos satisfaga la “materialización” del proyecto y nos inquiete la pérdida de sus aspectos románticos.

¿No será que La Felicidad (con mayúsculas) es una fantasía, un espejismo? Se dice que el amor no es más que la sublimación del instinto reproductor ¿No será la felicidad otra de estas jugarretas que nos gasta la mente? Quizás debiéramos contentarnos con disfrutar del bienestar y de los momentos afortunados sin mayores complicaciones y no esperar del conocimiento racional o de la religión la realización de un sueño imposible.

4 jul 2008

Capitalismo y biocombustibles

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El asunto de los aniversarios no es mi fuerte, se me pasan todos. Hace un par de meses fue el Día de la Tierra y me enteré hoy; afortunadamente el Planeta no sólo tiene un día sino que además le han concedido un año entero y ese es éste en el que estamos. Bien, pues acogiéndome a la celebración tocaré una cuestión que está levantando una gran polvareda: los biocombustibles.

No soy un experto en el tema, ni muchísimo menos, pero observo con escándalo que hay otros más ignorantes que pontifican a favor o en contra con argumentos a todas luces falaces. Yo sólo haré alguna reflexión con la modestia que me impone el desconocimiento del problema.

Ha surgido el recurso a utilizar la biomasa para producir etanol o biodiesel susceptibles de ser utilizados como combustible por dos imperativos: el primero, la liberación de CO2 –aparte otras sustancias–, responsable principal del efecto invernadero, con el consumo de combustibles fósiles; en segundo lugar, en países con dificultades económicas, para liberarse de la factura del petróleo (Brasil), aunque luego se haya extendido a otros más poderosos (USA).

He leído argumentos en contra de la utilización de biocombustibles alegando que su utilización produce casi tanto CO2 como el petróleo, el gas o el carbón. Esto es cierto pero la cuestión es otra: el dióxido de carbono que genera ya lo había absorbido la planta de la atmósfera previamente, de manera que forma parte del ciclo natural, no rompe equilibrio alguno; los hidrocarburos y el carbón son fósiles, es decir, se produjeron a partir de la biomasa hace mucho tiempo –en el carbonífero hace 300 millones de años–, cuando el CO2 era mucho más abundante que ahora en la atmósfera; liberarlo de golpe con la combustión de miles de millones de toneladas anuales de carburantes supone romper por completo el equilibrio a que había llegado la naturaleza. Eso es lo que estamos haciendo en este momento.

El gran problema que ha empezado últimamente a ponerse de manifiesto es el efecto que está teniendo o puede tener sobre el precio de los alimentos básicos y la pobreza en el mundo. Cuando se empezó a hablar de biocombustibles se pensó que, aparte los efectos benéficos sobre la contaminación, se podía esperar una reactivación del sector agrícola y una fuente de ingresos para los países subdesarrollados. No era un pensamiento incorrecto, aunque sí ingenuo, porque el capitalismo acabaría por meter la garra y desviar los beneficios, no hacia los pobres o los sectores deprimidos, sino hacía los grandes inversores y los poderes financieros de siempre. Lo que está ocurriendo, según parece, es que: 1. en países ricos (USA) se subvenciona el cultivo de cereal para biocombustibles, desviándolo del mercado tradicional de la alimentación y elevando su precio; 2. en todas partes se están dedicando buenas tierras de cultivo a este menester, bajo la financiación de multinacionales, restándolas a la producción de alimentos, con la consiguiente subida de precios de éstos; 3. en Brasil se está roturando la selva para producir caña –de la que se obtiene etanol– disminuyendo precisamente la capacidad de absorción de anhídrido carbónico, que constituye el gran valor ecológico de la Amazonía; 4. los bosques de Asia e Insulindia sufren un proceso similar con la caña o el aceite de palma.

En el capitalismo la empresa tiene un objetivo que es prioritario, le va en ello su subsistencia: el máximo beneficio. Si los poderes del Estado, o de los organismos supranacionales, no priorizan otros valores mediante la legislación adecuada y la planificación precisa, la ley del beneficio “corromperá” cualquier progreso, convirtiéndolo en fuente de ingresos para los inversores, que, como es natural, no son los pobres de este mundo.