26 mar 2016

Nuevos tiempos, nuevos dioses, viejos ritos

Todos sabemos, aunque le demos importancia variable, que las religiones se han alimentado unas de otras, de forma que las más recientes han asimilado ritos y mitos de las más antiguas, dándoles un nuevo sentido, así que, con el tiempo, perdida la memoria de su origen espurio, se acaban por ver y vivir como elementos troncales de la que se los apropió (sacro reciclaje).


La Semana Santa esconde su viejo pasado en mitos de muerte y resurrección que tienen que ver con el ciclo de la vida vegetal: tras la muerte invernal vuelve la resurrección primaveral en una explosión de vida renovada. La personificación en un ser divino que ofrece su sacrificio para que el ciclo no se interrumpa se puede ver ya en el mito de Isis y Osiris y tiene su versión más moderna en el cristianismo, en el que Jesús resucitado, transformado en Cristo redentor, triunfa sobre la muerte, como lo hiciera Osiris (esposo e hijo de Isis virgen) transformado en Horus. La orgía de sangre y de muerte en el mito primitivo se escenificaba en rituales que hacían visible la necesidad de que la sangre vertida revitalizara la tierra que había de proporcionar la cosecha siguiente(1). El cristianismo introdujo en él un sentido espiritual, recogido de las doctrinas filosóficas neoplatónicas, en boga en aquel tiempo(2), sin rechazar del todo el antiguo. Hoy olvidada la motivación agrícola y casi la espiritual está en trance de adoptar otra nueva que tiene que ver con los dioses a los que rendimos ahora veneración.

Idéntico es el proceso de las fiestas de Navidad que en este caso se vincula al ciclo astronómico del Sol, que a finales de diciembre, en el solsticio de invierno, alcanza su punto más bajo en el horizonte del medio día. A partir de ese momento comienza su ascensión, garantizando el calor necesario para la vida. Los romanos llamaron a nuestro día de navidad: diae solis invictus, día del sol victorioso. Era el día apropiado para situar en él el nacimiento de los dioses. Así se hizo con alguno del panteón romano, con Mitra más tarde y con Jesús después. Fiestas de invierno o de primavera que celebraban la permanencia de la vida, la seguridad de que el ciclo no se cerraba, de que todo continuaba igual, pese a las apariencias del momento. Certeza digna, por su trascendencia, de ser elevada a la categoría divina y de festejarla con ritos extraordinarios, ya que eran los dioses los dueños de la naturaleza y de la vida del hombre.

Hoy hemos perdido el contacto con la naturaleza y, en todo caso nuestros agricultores le tienen más fe al nitrógeno, al fosforo y al potasio que a la sangre derramada de una divinidad o a la transmisión por simpatía de la fertilidad desde una cópula humana. También ha perdido vigencia el complicado mensaje filosófico místico de las religiones de salvación. Pero los ritos permanecen.

En cualquier ciudad andaluza nos asalta la sorpresa de innumerables procesiones y dramatizaciones de la Pasión con más vigor y más fuerza que nunca. Se pasmarían nuestros abuelos, no ya de que no hayan desaparecido, sino de que tengan más vitalidad que nunca; que las cofradías(3) sean más ricas de lo que hayan sido jamás y crezcan en número y en miembros cada día; que ciudades casi millonarias (Sevilla, Málaga…) se colapsen y se entreguen por completo a la celebración durante una semana, o más (tiende a extenderse en el tiempo con artimañas cofrades); que su influencia política crezca y los partidos, casi sin excepción procuren hacerse visibles, delante, detrás o bajo las imágenes. ¿Ha crecido la fe? ¿Renace la Iglesia pese a las apariencias o lo que se deduce de estudios y encuestas?

Hay renacimiento, efectivamente, pero sólo del rito que ha sido adoptado por nuevas fuerzas: hoy se ha transformado en ritual identitario. Los andaluces carecen de una lengua propia, no conservan ni el más mínimo resto de un pasado étnico peculiar, pero tienen un rico folclore que está siendo elevado a la categoría de esencia patria. Los hermanos cofrades que sufren el peso de las toneladas de imágenes entronizadas y cubiertas de oro y terciopelos, lo hacen con el vello erizado y las lágrimas en los ojos por una emoción incontenible; pero, apenas son capaces de identificar las verdades teológicas de su fe, ni practican una moral que los distinga de los no creyentes, incluso niegan, si se les inquiere, aspectos doctrinales que la Iglesia declara fundamentales. Su emoción no tiene que ver con el sufrimiento de Cristo o las angustias de María, sino con que se sienten fundidos con sus próximos en la práctica ritual, que ya casi perdió su sentido religioso, o mejor, su antiguo sentido religioso. Ésta es otra religión.

No tienen menor importancia en este renacimiento las consecuencias económicas del suceso. El dios supremo de nuestros días es el mercado. Como es natural los ritos antiguos se han mercantilizado hasta un extremo tal que a veces se hace muy difícil identificar otras antiguas motivaciones. La Navidad quizá sea el caso más palmario, pero la Semana Santa no le queda a la zaga. Si en las ciudades andaluzas se prohibieran las procesiones, por los motivos que fueren, los primeros que se echarían a la calle indignados no serían los fieles creyentes, ni los hermanos cofrades, sino los del sector de la hostelería, hermanados patronal y sindicatos, como sólo la fe puede hermanar(4).

Nuevos tiempos, nuevos dioses, mismos ritos.

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(1) Otro tipo de ritos de fertilidad tienen que ver con el sexo. Los campesinos romanos hacían el amor sobre los surcos al preparar la tierra. Las bacanales eran fiestas orgiásticas que tenían el mismo fin y se celebraban al finalizar el invierno. La Iglesia no las asimiló, quizá por la fobia al sexo que le infundió Pablo, que hizo virtud de sus taras psicológicas, pero nos han llegado en la forma de los carnavales, siempre denostados por ella.
(2) La deuda del cristianismo hacia Platón es tan fuerte que a partir de la Edad Media muchos pensadores se admiraban de la coincidencia de ideas e, invirtiendo causa y efecto, pensaron que el filósofo era una especie de precristiano, que, con el sólo uso del intelecto (y quizá con secreta ayuda divina), se había acercado a la verdad revelada.
(3) La moderna Semana Santa debe tanto a las cofradías gremiales del Antiguo Régimen como a los antiguos ritos, pero ese es otro tema.
(4) La quema de conventos, iglesias e imágenes procesionales en 1931 (en Málaga el Cristo de Mena, entre otros) tuvo como protagonistas a sindicalistas (CNT), como ha quedado documentado. Patronos y obreros profesaban entonces fes distintas.

(publicado por primera vez en abril de 2011)

3 comentarios:

jaramos.g dijo...

Totalmente de acuerdo. No sé si correspondería aquí poner de relieve el componente mítico, que es el que, por ejemplo, hace llorar a lágrima viva a los cofrades (los hemos visto bastantes veces en la TV) cuando sus pasos no pueden procesionar por causa de la lluvia. Se sienten "hijos de la Madre Virgen", queridos, protegidos, la adoran... y viene la frustración cuando no pueden corresponderle y mostrarla en las calles con toda su "belleza". Se une, así, el rito, el mito y el negocio. Salud(os).

Sergio dijo...

Buenas tardes, soy el coordinador de la revista La Tribuna. Hemos estado leyendo tu blog y nos hemos dado cuenta de que trata acerca de la misma temática que nuestra revista. Por ello te ofrecemos una colaboración entre tu blog y nuestra revista, en términos que detallaremos si estás interesado.

Puedes contactar con nosotros en LaTribunaDeOpinion@yahoo.es

Un saludo

galanygarciah dijo...

de acuerdo con lo que expresa , pero tengamos en cuenta que solo por poner un ejemplo , el impacto económico en la ciudad de Sevilla es muy superior el de la Feria de Sevilla que el de la Semana Santa . Saludos