9 abr 2013

Reflexiones sobre la democracia (9)

Las democracias realmente existentes pueden presentarse con multitud de formas y colores: monarquías constitucionales, como las que pertenecen a la UE; sistemas parlamentarios, en los que el legislativo es hegemónico; regímenes presidencialistas con fuerte separación de poderes, caso de EE.UU… En todas ellas la organización territorial (del centralismo francés a la confederación helvética, pasando por toda suerte de federalismos) y los métodos electorales (mayoritarios, proporcionales, mixtos…) son igualmente variopintos. La presencia de los partidos es universal pero en unas son meras plataformas electorales mientras que en otras están fuertemente disciplinados y su poder desborda las instituciones políticas inundando secciones de la maquinaria social.

Es una constante que en tiempos de bonanza los pueblos que las viven alardeen de sus ventajas pero se lamenten de graves disfunciones cuando las cosas vienen mal dadas (la crisis económica cuando se profundiza y prolonga se convierte en crisis política). A la vista de la coyuntura y del polimorfismo comentado arriba, en lo que todos podemos estar de acuerdo es en que los derechos humanos y las libertades individuales constituyen el núcleo duro de toda democracia.
Quizás pudiéramos completar el asunto  con unas pinceladas históricas, como el análisis etimológico de la palabra: democracia, del griego demos, pueblo y cratos, poder; o sea, gobierno del pueblo. Claro que traducir “demos” por “pueblo” no deja de ser un atrevimiento. “Pueblo” es hoy el conjunto de los ciudadanos, es decir la totalidad de la población de un país. En cambio, los antiguos atenienses entendían por “demos” la población una vez restadas las mujeres, los menores, los esclavos y los de origen extranjero (metecos) que podían llevar residiendo en Atenas desde varias generaciones atrás. Un escaso 10%. Los miembros de ninguno de esos grupos gozaban por sí solos de derechos de ciudadanía. La famosa isegoría, igualdad política de todos los atenienses, se refería esa minúscula fracción.
Respecto a los derechos humanos lo único que puede decirse es que los griegos los desconocían. Nunca se habló en la Tierra de derechos humanos hasta las revoluciones burguesas de finales del XVIII.
La radicalización del concepto de isegoría les llevó a preferir el sorteo como sistema de selección para ejercer responsabilidades ciudadanas, sobre cualquier otro. Al tiempo, una similar radicalización del concepto de poder popular condujo a situar la asamblea (en la que podían participar todos los componentes del demos) por encima del derecho, estableciendo una auténtica dictadura de la asamblea.
En resumen: el sistema político ateniense, sin derechos humanos, con las libertades restringidas a unos pocos, la exclusión de las mujeres, la esclavización de los trabajadores, la selección por sorteo y la dictadura asamblearia, no pasaría hoy el examen más tolerante de homologación democrática; y, sin embargo, los rechazaríamos usando la palabra democracia, la misma que ellos crearon precisamente para designar su régimen. Curiosa paradoja que nos alerta del peligro de convertir a la historia en mito.
Mal que nos pese la democracia realmente existente hoy es hija del capitalismo, como la griega lo fue del sistema esclavista y, entre ambas, no hay relación alguna, de hecho están separadas por milenios en los que el concepto democracia parecía detestable. Pero no nos engañemos, el capitalismo no genera necesariamente una democracia. Es más, la democracia es resultado de sus contradicciones internas; por eso en las crisis se generan fuerzas poderosas y variadas para desembarazarse de ella, de la misma manera que el organismo combate las infecciones. No sería extraño que ideas y movimientos que luchan por establecer una democracia ideal (ellos dicen real) estén en la práctica, simplemente, desmontando la democracia real y liberando inconscientemente al sistema (capitalismo) de la contradicción potencialmente más peligrosa para su supervivencia.  La confusión entre los términos “real” e “ideal” es de libro.
Como soy viejo me habré hecho conservador. Me inquieta que con los trastos viejos salgan por la ventana, bien derechos y libertades que algunos atolondrados no hayan sabido discriminar del conjunto de deshechos que merecen ir al vertedero, bien los artilugios sociales que siglos de experiencia han ido creando para hacerlos efectivos, o que la limpia nos deje inhabitable la vivienda por mucho tiempo, y yo lo tengo contado.

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Excelente referencia al sistema democrático ateniense...

Un cordial saludo
Mark de Zabaleta