1 mar 2014

Fundamentos éticos de la Renta Básica

La sociedad humana a lo largo de los milenios de su existencia ha acumulado un patrimonio colectivo cuyos beneficios corresponden a todos y cada uno de sus componentes. Sin interferencias injustificadas ese legado debería bastar para garantizar una existencia digna a todo humano allí donde resida y proceda del grupo que proceda.

La civilización, o la cultura, es un proceso acumulativo y dado que todos los humanos que hoy pueblan el Mundo proceden de ancestros comunes, los herederos de todos los logros de la raza humana hasta el día de hoy son todos sus miembros, no sólo los más poderosos, que, de hecho, han monopolizado esos bienes y se esfuerzan por asegurárselos para el futuro. Cualquier progreso tecnológico o científico de hoy, por muy bien que esté identificado su autor, no sería posible sin los millones de pequeños o grandes pero anónimos avances sucesivos y acumulativos que ha generado la humanidad desde el principio de los siglos. Cualquier propiedad sobre cualesquiera bienes sólo es posible porque lo permiten unas leyes que derivan de una coyuntura sociopolítica concreta, siempre susceptibles de ser abolidas en nombre de otros principios más justos.

Los estados nacen históricamente por la necesidad de legitimar y defender los bienes y derechos acumulados por una minoría. Situación que fue identificada cínicamente como de paz social.

Consecuentemente las fronteras estatales o nacionales son producto de una historia que ha compartimentado el suelo y sus habitantes en beneficio último de élites locales poderosas. Pero ese hecho ha posibilitado y acelerado un progreso desigual y, consecuentemente, una jerarquización y una dialéctica de competencia y dependencia en las relaciones interestatales. Como se puso de manifiesto en el Siglo XX tal tipo de relaciones generaban tensiones que, dado el nivel de avance tecnológico logrado, encerraban una potencialidad susceptible de terminar traumáticamente con la civilización global. La ONU fue el resultado de la reflexión que pretendía acabar con esa situación democratizando las relaciones internacionales.

Por su parte, las relaciones interclases dentro de los estados también sufrieron en los últimos cien años transformaciones profundas que derivan básicamente de la elevación de la democracia a valor indiscutible y universal, al menos entre los principios éticos de que alardean todos y cada uno de los ciudadanos, individual y colectivamente. Sin embargo la acumulación de riqueza en manos de una minoría persiste y alcanza niveles nunca conocidos, pero también una creciente sofisticación que utiliza las complejas estructuras jurídicas y económicas de las sociedad actual, enmascarando de legalidad, inevitabilidad y hasta de necesariedad, lo que es, como siempre, pura y simple expropiación; legal (no siempre) si nos atenemos a las legislaciones vigentes, pero fraudulenta si nos atenemos a consideraciones éticas.

Teniendo en cuenta lo que se ha dicho en los primeros párrafos es hora ya de dar un paso más en la democratización interna estableciendo una Renta Básica de Ciudadanía (RBC) que garantice a todos y cada uno los medios para una subsistencia digna, según los parámetros de nuestro nivel de civilización. El Estado del bienestar que la socialdemocracia puso en marcha, especialmente desde los años de posguerra, a la vez que se levantaban las estructuras de la ONU, está siendo desmantelado en aras de un pretendido saneamiento económico. La resistencia ante esta nueva oleada expropiadora de las masas no debe limitarse a un intento de resucitar instituciones que han caído en la obsolescencia o han sido minadas por recientes transformaciones económicas. Se trata más bien de crear nuevos objetivos de lucha, de alcanzar nuevas fronteras con la inapelable justificación de un imperativo ético que nadie puede discutir. La RBC se justifica en el principio de que los beneficiarios del legado común de la humanidad son todos sus componentes y es por tanto inmoral la acumulación de bienes en manos de individuos o de colectivos minoritarios. La RBC es el único medio para erradicar una lacra vergonzosa para los tiempos que vivimos: la pobreza.

Para lograr avances positivos será necesario centrar la lucha dentro de las fronteras de los estados, utilizando los aparatos de defensa de los derechos que han generado en los últimos tiempos, pero sin abandonar el horizonte global. En ese ámbito podría ser un instrumento muy eficaz la aplicación, de una vez por todas, de la tasa Tobin (impuesto internacional sobre las transferencias de capital), que pondría freno a la locura especulativa internacional del capital financiero y generaría medios poderosos para erradicar el subdesarrollo del Mundo. Se ha discutido ya en foros internacionales (G20), en los que ha pasado de ser considerado una fantasía antisistema a algo razonable y deseable. Sólo falta el impulso definitivo, que, por supuesto, ha de llegar de las masas.

Tanto uno como otro objetivos (RBC y Tasa Tobín) han sido analizados exhaustivamente en su viabilidad técnica y la conclusión es que lo único que necesitan para su aplicación es la voluntad política. En un país democrático la voluntad política nace abajo, en la sociedad, informándose, formándose, organizándose y actuando. Se diluye en la nada arrojando pelotas fuera, transfiriendo responsabilidades y sustituyendo el activismo por el victimismo.
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Información sobre la RBC: http://www.redrentabasica.org/
Información sobre Tasa Tobin: http://www.attac.es/
Artículo reciente sobre RBC: Fundamentos del Ingreso Garantizado de Ciudadanía de A. J. Pérez
Un artículo mío (2009) sobre la RBC: La Renta Básica de Ciudadanía

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