16 jun 2014

Información y espectáculo



Nunca sabemos las consecuencias a medio y largo plazo de los cambios que vivimos. Lo normal es que nos inquieten, aunque sólo sea porque amenazan un equilibrio −así percibimos la realidad  que transitamos− sin garantía de mejora. Eso explica la existencia de críticos en cualquier época histórica contra un presente que escapa de las manos como agua, nostálgicos de un supuesto pasado dorado, estable o virtuoso, y recelosos de un futuro que no se comprende. Aquel «Cualquier tiempo, pasado, fue mejor» del poeta (tradicionalmente mal leído como «Cualquier tiempo pasado fue mejor») lo expresó con concisión y profundidad líricas.


Aplicando el modelo a la información, nos parece que el siglo pasado fue su  edad de oro. En él la prensa escrita alcanzó difusión universal, geográfica y socialmente. La radio se le unió pronto aportando una inmediatez y penetración que las prensas tenían dificultades para afrontar. Su influencia fue tal que alcanzó el calificativo de ‘cuarto poder’ en parangón con el ‘legislativo’, el ‘ejecutivo’ y el ‘judicial’ de la tradición política parlamentaria o democrática. Creó sus héroes, sus villanos y sus mitos. La literatura, el cine y el arte en general lo convirtieron en objeto frecuente de su actividad creativa. A la vez se imbricó sólidamente en las estructuras económicas de la época en varios sentidos: 1) asumió las formas del capitalismo avanzado en su organización empresarial; 2) contribuyó al ciclo productivo porque se convirtió en una mercadería más, pero también por estimular mediante la propaganda −medio de financiación creciente a lo largo del proceso− el mecanismo producción/consumo de forma decisiva. Precisamente, ambos fenómenos fueron el origen de una contradicción de larga consecuencia −información para la formación crítica vs intereses económicos−.

Desde las postrimerías del XX, el magnífico edificio parece desmoronarse. Las nuevas tecnologías entraron como elefante en cacharrería en redacciones y rotativas mientras los mercados desmantelaban consejos de administración y  provocaban un aluvión de cambios de propiedad en las cabeceras. A estas alturas la mayoría de ellas han sido ya pasto del capricho voraz de los nuevos supermillonarios, que las devoran (¿coleccionan?) una a una o por lotes.

Todo este barullo alcanza nuestras salas de estar en donde la pantalla del televisor se debate para seguir siendo, con el aliento de la red en la nuca,  la ventana más utilizada para asomarse al exterior.

Nunca tuvimos claro que proporciones de entretenimiento, información, formación… eran las óptimas en el medio televisivo, ni si mezclar los ingredientes para crear nuevos productos era una buena idea o encerraba peligros de potencialidad explosiva. La irrupción del capital privado resolvió todas las dudas. Cualquier experimento se justifica por los beneficios que aporte.

Así, hemos visto como, paulatinamente, los espacios informativos se travestían de espectáculo, con todos los recursos que el género requiere. Primero se trasladó sin más el modelo de las interminables, chirriantes y caóticas tertulias del corazón a debates sobre temas ‘serios’. En ellas se introducen ‘sorpresas’, entrevistas pretendidamente impactantes, anunciadas a bombo y platillo y con suspense, mini espacios de supuesto periodismo de investigación y ráfagas de informes de ‘expertos’ presuntamente objetivos, que, alardeando de algún aval  académico o práctica profesional pontifican frecuentemente desde su espacio de trabajo habitual. Tanto periodistas como políticos o ‘personas de prestigio’ constituyen un plantel que se repite y se alterna hasta la saciedad en todos los debates o tertulias, convertidos en profesionales de la discusión, de lo que obviamente obtienen beneficio económico o de imagen, que no debe ser despreciable a juzgar por el tiempo que le dedican.

Estas tertulias, que se han hipertrofiado y proliferado ocupando horas y horas de programación, se alternan con programas de ‘periodismo de investigación’, presentados con voces apremiantes y de tonos dramáticos amén de una delirante repetición y manipulación de imágenes acompañadas de ráfagas o fondo musical teatrales. La utilización de imágenes en bucles sin fin, de forma frenética, y otros recursos dramatizadores invaden espacios informativos tradicionales (telediarios) que amenazan con diluirse en este magma en el que ya no es posible separar información de espectáculo.

Por otra parte el reality show se ha filtrado también en los informativos dando forma a muchos programas de reportaje callejero. Precisamente, con frecuencia el reportero es utilizado descaradamente para crear noticia donde no la hay: basta situar a alguno en el lugar donde hipotéticamente podría producirse una concentración o protesta y conectar repetidamente con él reclamando información para que el fenómeno esperado (¿deseado?) se produzca como por arte magia.

Sin duda el tiempo que viene traerá cosas excelentes, a lo mejor salidas de éstas que hoy presento como aberraciones. Ojalá. Eso no quita que sienta un escalofrío por un futuro que, de verdad, cuesta ver con tonos optimistas.

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Muy bien planteado. Ciertamente es como para dudar si es cierto aquello de que "cualquier tiempo pasado fue mejor"...

Un cordial saludo
Mark de Zabaleta