14 feb 2015

Primarias y realidad

Después del patético fracaso de la última revolución decimonónica, Cánovas del Castillo inició la construcción de un nuevo régimen, la Restauración. Lo montó sobre un artilugio político importado del admirado Reino Unido por su estabilidad secular: el bipartidismo y su turno pacífico en el poder. El sistema había nacido de forma natural en las Islas resultado de su dialéctica social y política y el éxito fue tal que llegó hasta nuestros días sin cambios importantes. El problema es que aquí había que crearlo ex nihilo y eso llevó a Cánovas a fundar su propio Partido Conservador y contribuir a que se creara un potencial oponente, el Partido Liberal, con la complicidad de Sagasta. Después hubo que poner en marcha un mecanismo que posibilitara el turno pacífico: cuando se consideraba oportuno, mediante acuerdo explícito o implícito, la Corona retiraba su confianza al primer ministro y procedía a encargar gobierno a un político de la oposición, que disolvía las Cortes y convocaba elecciones. El nuevo ministro de la gobernación (interior) ponía en marcha sus redes institucionales (gobernadores civiles) y clientelares (caciques) para lograr el resultado previsto, la mayoría parlamentaria para el nuevo gobierno. España no era Inglaterra.


El sistema, que nació corrupto, pero que sus creadores pensaban iría educando políticamente a los españoles, se fue pervirtiendo progresivamente y el gran cáncer político de España, el caciquismo, la política clientelar, creó músculo y se extendió sin freno, instalándose como elemento imprescindible en la idiosincrasia nacional. Esa fue la principal contradicción del sistema, la otra que dejaba fuera de juego a las demás opciones: por la derecha a los carlistas; por la izquierda a demócratas, republicanos, anarquistas, socialistas… Entre ambas acabarían con él, traumáticamente como es tradición, pero algunos de sus vicios han quedado incrustados en nuestros modos políticos hasta nuestros días.

Es la historia de un experimento fracasado, de un trasplante que creó una situación grotesca y al final desembocó en una crisis de rechazo.

Un caso de menor entidad pero de igual condición es lo que ocurre hoy con las primarias. Este procedimiento es de origen americano donde el sistema de partidos es sustancialmente distinto del nuestro y en donde las elecciones son una auténtica fiesta nacional y popular, porque allí la nación nació con la democracia. Para que el sistema tuviera éxito aquí habría primero que transformar los partidos convirtiéndolos en simples estructuras electorales como ocurre en USA. Pero ¿es posible tal cosa en un sistema parlamentario como el nuestro, con una constitución, con unos hábitos y con una historia como la nuestra?

Los partidos que han importado el sistema, en un intento de satisfacer al electorado, desencantado e indignado por la crisis, han caído en un mar de contradicciones que están haciéndoles saltar todas las costuras. El caso del PSOE es de libro: la contradicción entre candidatos elegidos por primarias y las estructuras del partido amenazan su viabilidad. En IU ocurre otro tanto (¿puede un partido de ascendencia leninista y el PCE, su alma, lo es, funcionar con primarias? ¿Es un chiste o un milagro?). De hecho el partido que presenta mayor solidez interior, pese a las rivalidades internas, discrepancias ideológicas y diferencias de intereses que les presumimos, es el PP, que se mantiene muy alejado de la tentación. Los partidos nuevos que alardean de incluir estos procedimientos democráticos están por demostrar que realmente es algo más que una triste y grotesca imitación, como aquella de la Restauración. No lo sabremos con certeza hasta que no se acerquen al poder.

El argumento de que los candidatos elegidos directamente por militantes y simpatizantes responden mejor a los intereses de los ciudadanos es falaz; como muestra un botón: los socialistas indignados ante la destitución de Tomás Gómez (elegido en primarias) gritaban airados la otra noche contra la dirección federal (elegida en primarias): «ista, ista, ista, España tomasista», confundiendo España con la agrupación de Parla y a Tomás Gómez con un líder nacional. Aparte la vergüenza ajena, el sentimiento de cualquier observador es que habían perdido, si es que alguna vez lo tuvieron, todo sentido de la realidad.

Sentido de la realidad es a lo que hay que recurrir cuando se emprende cualquier reforma, para democratizar o para lo que sea. Puede parecer difícil pero, caramba, sólo hay que controlar ciertas emociones y dejar que funcione el cerebro.

2 comentarios:

Manuel Reyes Camacho dijo...

Muchas gracias por la lección histórico-política, ahora medio comprendo ciertas cosas, como que eso de las "primarias" no solo no es garantía de nada sino que ni lo entendemos.

Manuel Reyes Camacho dijo...
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