19 jul 2015

Cuando oigo la palabra religión

«Cuando oigo la palabra cultura echo mano a la pistola» es una conocida frase cuya autoría se disputa entre varios fachas ilustres, desde Millán Astray a Goebels (por patriotismo yo se la adjudicaría al nuestro). Lo comprendo muy bien, es un movimiento reflejo de defensa, y no es nada raro que haya mucho prócer, especialmente si está uniformado, que se sienta amenazado por la cultura. Yo, por ejemplo, cada vez que oigo la palabra religión reprimo con dificultad el grito de cuerpo a tierra y si no me lanzo al suelo es por temor a confundirme con fieles postrados.


Tal y como están las cosas (más o menos como siempre, la verdad, y eso es lo malo) las religiones son una amenaza potencial de primera. Si uno lee los textos sagrados de cualquiera de las tres hermanas: judaísmo, cristianismo e islam,  se siente anonadado por la insignificancia a la que reducen la condición humana (islam significa sumisión), la minimización del valor de la vida humana, y la trivialización del homicidio en todas sus formas, incluido el genocidio, si es con ‘fines santos’. El Corán, por ejemplo, recomienda acciones crueles en la yihad para aterrorizar a los infieles ¿No era eso terrorismo? En este caso, sin duda, santo terrorismo.

No son aberraciones producto de interpretaciones sesgadas del mensaje divino sino que están en la lógica interna de todas las religiones llamadas de salvación. Cualquiera que tenga las herramientas del raciocinio en buena forma y sin adherencias indeseables puede descubrirlo por sí mismo preguntándose por qué se llaman de salvación, qué hay que salvar y de qué. Descubrirá que las respuestas conducen a la conclusión  de que el mundo, la vida y la persona física son desdeñables: «Vivo sin vivir en mí/ y tan alta vida espero/ que muero porque no muero» escribía magistralmente Teresa de Ávila (Doctora de la Iglesia desde 1970).

Que un mismo pensamiento pueda producir la excelencia en el arte, ser expresión de santidad o desembocar en un crimen execrable dependerá de las circunstancias. Ellas han hecho al islam protagonista principal de esta bonita guerra de religiones postmoderna en la que estamos.

Dice al-Bagdadí que el islam nunca fue una religión de paz; desde luego, lo que se lee en el Corán, el ejemplo del Profeta y lo que muestra la historia le dan la razón. Pero no es una excepción, si el cristianismo parece más inclinado a la paz es porque en sus primeros tiempos malvivió como minoría que tenía que ganarse el derecho a existir (lastrado por el hecho de que el personaje en torno al que se configuró, Jesús, había sido ejecutado por sedición) y porque después de un periodo de absoluta hegemonía (más de 1500 años) en los que cometió toda clase de tropelías, empezó (desde el XVIII) a perder el control de la sociedad civil. Pero, cuidado, vale más no despertar a la bestia, el judaísmo ha recuperado el control parcialmente en el Estado confesional de Israel y ha vuelto a la agresividad criminal de la leyenda bíblica, tuneada a la moda.

Hay mil y una variantes para estos desmanes que comparten las tres religiones pero todos tienen la misma causa: haber convertido una creencia irracional en norte y guía.


1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Muy bien tratado....


Saludos