8 feb 2017

La pirámide

Una pirámide de población es una gráfica en la que se representa la estructura de la población por grupos de edad y sexo y debe su nombre a que en las sociedades de antiguo régimen demográfico la gráfica resultante da un perfil piramidal: base ancha (fuerte natalidad) y cúspide aguda (alta mortalidad con baja esperanza de vida). Hasta tiempos recientes todas las sociedades eran así y aún hoy lo son las menos desarrolladas; lo único que tiene perfecto esa situación es la figura geométrica que genera su representación. Se necesita ser un platónico recalcitrante o, quizás, un ignorante impenitente para confundir la perfección de la figura con lo bueno para la sociedad. Sin embargo en el real decreto que pone en marcha el Comisionado del Gobierno frente al Reto Demográfico, el objetivo de la novedosa institución, según se especifica, resulta ser el ‘reequilibrio de la pirámide poblacional’.


Las pirámides poblacionales en los países desarrollados vienen evolucionando en conjunto de forma que se estrecha la base por una contracción de la natalidad y se reduce el brusco adelgazamiento en edades altas por el aumento de la esperanza de vida. En situaciones avanzadas la pirámide se ha transformado o está en vías de transformarse en algo más parecido a un pilar. ¿Es esto bueno o malo? Se trata de un dato científico, demográfico, y por tanto no se le pueden aplicar tales categorías. Lo que sí podemos decir es que revela desarrollo (mayor nivel de vida, liberación femenina, paternidad más responsable...) y efectos del Estado del bienestar (sanidad generalizada, protección de la vejez...). Las sociedades que aún tienen pirámides perfectamente estables se darían con un canto en los dientes por un poco de desequilibrio, por lo que eso significaría

El problema no es demográfico, como han señalado reiteradamente doctos en la materia[1], sino de distribución de los recursos. Es evidente que cambios demográficos requieren actuaciones políticas, pero no para que la pirámide se quede quieta, sino para atender las nuevas necesidades derivadas del movimiento, que es progreso. También es evidente que políticos conservadores sólo sepan reaccionar con perplejidad y torpeza ante los cambios. No es lo suyo.

Así pues, dada la escasa comprensión que el gobierno muestra hacia el fenómeno demográfico, es de temer que el nuevo artilugio institucional puesto en escena sirva más bien para diseñar políticas sobre familia, pensiones, sexualidad, etc., etc., más inspiradas por la confesionalidad e ideología reaccionaria de sus componentes que por una clara visualización de los problemas; muestras más que preocupantes ya existen.

Llegados a este punto el ínclito periodista Miguel Ángel Aguilar diría ¡Atentos!  Pues eso.