1 dic 2017

Morir de éxito o el declive de la socialdemocracia

Tengo para mí que el declive de la socialdemocracia, que se evidencia ya por todas partes, tiene por causa principal el éxito. Muere de éxito. Es decir, alcanzó sus objetivos y, a estas alturas, en estas circunstancias y con aquellos mimbres ya no encuentra curro.

Es una obviedad decirlo, pero la socialdemocracia es un fenómeno propio de la modernidad: necesitaba del seno placentario que proporcionaba el liberalismo pre o protodemocrático. La existencia de una clase obrera numerosa y de ciertas libertades individuales, políticas y de mercado fueron las condiciones para que surgiera un movimiento emancipador con un proyecto de sociedad con fundamentos científicos, como el socialismo. Los numerosos precedentes que se suelen aportar, desde la antigüedad a los tiempos modernos, no son válidos sin más. Quiero decir que no es oro todo lo que reluce, porque ni Espartaco tenía un proyecto de sociedad antiesclavista ni ningún líder de los múltiples, y muchas veces sangrientos, disturbios igualitarios bajomedievales o premodernos hubiera existido fuera de la iglesia y sin el combustible de cierta mitología cristiana alimentadora de esos movimientos, que eran “pobristas” (renuncia a los bienes materiales, voluntaria o forzosa, siguiendo un supuesto mandato evangélico) más que liberadores; lo que no quita para que deban ser analizados como expresión de la lucha de clases en el esclavismo, el feudalismo o el precapitalismo.

El socialismo fue pues fruto decimonónico pero la oportunidad de la socialdemocracia vino con el triunfo de la revolución de 1917 en Rusia. El socialismo tuvo que elegir entre seguir la estela del bolchevismo u optar por una vía reformista. Los que apostaron por la segunda se vieron favorecidos por los vientos de la historia, porque al tiempo que el capitalismo se consolidaba tras la segunda guerra mundial bajo la hegemonía americana, la amenaza a la paz social procedente del otro lado del “telón” forzó la síntesis capitalismo liberal – socialdemocracia, cuya gran obra fue el Estado del bienestar y un gran salto en los derechos y la perfección democrática.

Los instrumentos que se pusieron en juego y las políticas aplicadas, por frustrantes que les parecieran a los que las vivieron, convirtieron a las masas obreras en clases medias el tiempo suficiente como para que cuando la crisis volviera a pauperizar a un buen sector de ellas no reaccionaran recurriendo a las tradicionales armas políticas, sindicatos y partidos obreros, de eficacia probada, sino, como ha sido siempre propio de las clases medias, hacia los radicalismos de extrema izquierda o derecha y nacionalistas; o sea, populismos de variado pelaje, que básicamente representan a indignados, rabiosos y exaltados, propensos a tirar por la calle de en medio y con dificultades para el análisis racional con frialdad y ponderación. 

El éxito había enajenado a la socialdemocracia de sus propias bases.

2 comentarios:

Mark de Zabaleta dijo...

Un artículo magistral ...

Saludos

Unknown dijo...

Una visión muy clara del panorama.